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COLETTE Y NINA

En más de una ocasión recordamos juntos el día de Camprodon, así lo llamamos, con esa familiaridad que
engloba la llegada a nuestras vidas de Colette y Nina. Cuando las vimos por primera vez, cada una nos
eligió. Dos hermanas tricolor: Nina, dulce y tranquila, se acercó a ti como si te conociera de toda la vida y
dejo que la mantuvieras en sus brazos. Colette me eligió a mí, desapegada y enferma, pude tocarla aunque
instintivamente acababa alejándose.

No concibo la vida sin ellas. No concibo la vida sin gatos. Estoy segura que tú tampoco.
Ahora viajan ligeras por nuestras habitaciones comunes llevando a remolque otros mundos completos.
Van de mesa en mesa y del suelo a la cama, sobre todo Colette, buscando el frío del mármol boca arriba
con las cuatro patas inmóviles en el aire. A Nina no hay calor que la aleje de nuestras pilas de libros que
son sus almohadas cuando se aleja en sueños. Aunque siempre atenta, abre los ojos con la rapidez de un
rayo a cualquier sonido. Y nos atrapan visualmente, con el magnetismo y la tranquilidad de sus ritos
diarios.

La noche, consuelo y espacio de juegos. Observan en las oscuridades con esos ojos de luna llena y
sonrisas secretas. ¿Quién mejor que el gato para mostrar lo que yace en nuestro interior al mirar a través
de sus retinas; y encontrar todos los destellos de la luz? Quien mejor para enseñarnos a cazar las facetas
ocultas de nosotros mismos.

Nuestras gatas potencian a la gata interior que vagabundea por mi psique. Y nos enseñan como ubicarnos
en el aquí y el ahora.

Son las Maneki neko de nuestras vidas.

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